Unos años atrás, de manera errática y sin otro objetivo que mejorar mi salud corporal, empecé mi camino en el yoga. Tras haber practicado deporte durante toda mi vida, el acercamiento hacia él fue físico, entrando a una clase y copiando al compañero contiguo (y sin poder tocarme los pies, mi flexibilidad era un poco menor en ese entonces).
Cabe decir que Maru, la persona que estaba a cargo de la clase, me acompañó muchísimo durante todo el proceso de inicio y descubrimiento de mi maltrecha espalda. Se trataba de una mujer entrada en los 70, de corta estatura y delgada corpulencia, tez relajada y movimientos distinguidos. Había vivido en India siete años y explicaba con gran pasión su aprendizaje allí.
Mi objetivo en ese entonces no era permanecer en Barcelona, para mí era evidente que como diseñadora debía marchar lejos y encontrar un futuro laboral acorde con la “estabilidad clásica” con la que deseaba vivir, así que la practica era un pequeño reducto de mi tiempo libre que invertía en mí.
Tras dos sesiones, que podríamos definir como frustrantes en alguien que hace deporte de manera regular, Maru se me acercó y añadió mis gran conocidas palabras, las cuales no dejaban de dolerme desde los ocho años: “Esa espalda… está muy mal, tienes que trabajarla mucho”, mi cabeza ya estaba elucubrando la respuesta predeterminada cuando añadió: “Pero el yoga puede ser tu solución, practica Hatha, aprende a moverte y a colocarte poco a poco, en un tiempo ya verás cómo mejoras”. ¡Por fin una solución, alguien que me propone un camino! Y gracias a ella, y a que decidí confiar en sus palabras, mi vida cambió por completo.
Be happy and Be yogi
Paula